"Over nine thousand" de cal y una de arena
Desde que hace un par de años atrás Dragon Ball Z se remasterizó en Dragon Ball Kai y los capítulos rellenos suprimidos, era evidente que luego de 20 años los clásicos llevan ese adjetivo porque los define: inagotables, religiosas, reciclables y -en consecuencia- siempre redituables. Después de 2 décadas, tanto Dragon Ball como Sailor Moon confirmaron que regresarían aunque en maneras diferentes. El éxito mundial de las dos series y la millonaria recaudación que hicieron a lo largo y a lo ancho del globo les trajo a sus creadores problemas en contrapartida. El ánimo de lucro de los estudios de animación derivaron en la creación de la detestable Dragon Ball GT y, tiempo más tarde, un live action yankee con grandes sumas de dinero invertido y fracasos cosechados que generaron gran malestar en Toriyama. No fue muy distinto para Naoko Takeuchi, la creadora de las marineras de la luna. Tiempo después, la tímida dibujante manifestó su descontento con la censura y el abuso de los estudios que llevaron a la tv las aventuras de las scouts. Ella se volcó a un live action que causó más risas que recibimientos serios y los proyectos de reciclar clásicos se truncaron en ambos casos.
Sin embargo, los aniversarios de clásicos legendarios que han creado fanatismos religiosos son eventos favorables para retornar a contar historias de personajes arraigados en las emociones infantiles que todos (T-O-D-O-S) llevamos dentro y, en el caso de sus creadores, de seguir actualizando sus cuentas bancarias. Por eso, Sailor Moon retorna en julio de la mano de nuevos productores y nuevo estudio de animación que se comprometió a representar el manga tal como es (uncensored). La misma fortuna corrió para el regreso de Dragon Ball Z con La Batalla de los Dioses, una película con la que Akira Toriyama burla a los animadores de la serie en el pasado, pero también a sus legiones de fanáticos.
La película no continúa luego del final del animé, es decir, de Dragon Ball GT. Por el contrario, en éste proyecto, Toriyama se involucró de pies a cabeza, por lo tanto, se desarrolla luego de la batalla de Majim Boo, el verdadero cierre del manga. Son Goku ha fallecido luego de dar su vida para salvar la tierra y que en ella reine la paz. Ahora vive con Kaio-sama y pasa los días entrenando y blah blah pero hasta ahí, porque la película va directamente al grano: al parecer Bills, el dios de la destrucción, se ha levantado, lo cual presupone un gran peligro ya que si le agarra un ataque, cualquier parte del mundo podría ser destruido. Este "villano" (si podríamos llamarlo así) posee una personalidad emocionalmente inestable. Al despertarse, se entera que Freezer destruyó el planeta de los Sayayins como él se lo indicó, pero que también hay varios vivos y que uno de ellos -Goku- acabó con él. A propósito de ese hecho, Bills le confiesa a su lacayo que ha soñado pelear con un dios Sayayin. Es, entonces, ese sueño, el impulso que dirige a Bills hacia el planeta de Kaio, donde está quedándose Goku. El dios llega hasta allí buscando a ese otro dios Sayayin, pero para no irse con las manos vacías, acaba poniendo en evidencia su fuerza destructora frente a Goku. Después de derrotarlo, se dirige hacia el planeta tierra para averiguar entre los otros sayayins sobre su sueño.
Ahora bien, si continuase intentando realizar una sinopsis de la película, terminaría contando más de 1 hora del filme que discurre en la esperanza de disfrutar de una nueva transformación en el marco de una gran batalla frente a un dios con una capacidad de pelea inmensa. Lamentablemente, las expectativas se drenan por las cañerías. Nada de esa batalla es lo que se espera. Nada de lo prometido ocurre, tan sólo un par de golpes entre Goku y Bills.
Sin embargo, la película vence el bodrio del guión de Toriyama. ¿Por qué? Porque es una mala película hecha para fanáticos, ergo, el fanático reconoce las fallas pero la emoción la vuelve incuestionable. Puede ser que Bills no sea el villano que nos haya llorar de rabia como Cell. Pero la participación del doblaje original y -sobre todo- los guiños personalísimos de Toriyama hacia los fans constituyen ese timón conductor de la cinta. Hay bastas situaciones que demuestran que sólo es una cinta para fanáticos: el retorno de viejos personajes y villanos, la relación entre Vegetta y Bulma (sobre todo su ridículo baile del príncipe orgulloso de los Sayayins), el retorno de los sketchs de Gohan como "El Gran Sayaman", la fusión arrogante de Goten y Trunks, Shenlong en situaciones incómodas y, particularmente, haciéndole a Goku esos los comentarios que siempre quisimos oir ("tienes muchas preguntas, ¿eh?)... en fin, todo el humor que amamos de Dragon Ball es reforzado, remarcado y llevado hasta el límite de lo ridículo. Evidentemente, Akira Toriyama ha demostrado que él es el dueño de la complicidad entre los fans y, sobre todo, dueño de una historia que hace más de 20 años continúa haciendo latir el corazón de toda una generación.
(no sé qué puntuación ponerle!!!)
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La fuerza especial Ginyü dejó su legado en Vegetta |
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