No soy yo, sos vos
¡Muy buen día mis queridos lectores! Aquí me tienen, entre la lluvia y un par de fastuosas clases que tuve que desayunarme temprano en la mañana. Para éste fin de semana surgió una consigna apropósito de haber retomado la sexta temporada de The Mentalist, serie creada por Bruno Heller y encabezada por el galanazo de Simon Baker y la fantástica Robin Tuney. Pero detengamos los elogios acá porque la consigna para ésta entrada es pensar en series que ya deberían haber terminado años atrás y que por algún motivo (llámese audiencia, arte de magia o la sonrisa encantadora de su protagonista), no dan ni un indicio de concluirse. Piensen en series que les hagan preguntarse cómo es esto posible, en qué parte de la capacidad humana cabe el lugar para que éstos bodrios, atentados al contrato televisivo y asesinos seriales de tramas se eternicen en el aire luego de tantos años de pavorosa decadencia. Y lo que es peor... que nosotros sepamos lo espantosas que son porque todavía las vemos para atestiguar con mucha incredulidad el momento en el que decidan mejorar. Fue de ésta manera cómo retomé a The Mentalist del polvo y abandono para, finalmente, concluir que definitivamente es una serie que no vive por la fortaleza de su trama, sino que sobrevive sólo y a pesar del carisma del dúo Baker-Tuney. Porque el resto... el resto, es una larga (larguísima), intrascendente y superflua historia que ya no da para más.