domingo, 20 de octubre de 2013

El escritor, la estrella de rock.


Hace varios meses atrás y muchísimo antes de saber que iba a ser Premio Nobel, Alice Munro anunció que dejaría de escribir; antes fue Philip Roth y entre medio, Murakami confesó que entre novela y novela dejaría de escribir por un tiempo. Se sentía agotado. Munro y Roth, a su manera, coincidieron en que la vida del escritor era una vida solitaria porque era absoluta entrega al objeto. Alguien a esa edad (los dos entre los 80 y Murakami, 70), con tantos fantasmas rondando por ahí, con un baúl lleno de recuerdos y con una mente que le exige conservar la lucidez no puede permanecer más en soledad. Ya está, le dieron la vida a la escritura. Es suficiente, como dijo Roth. 

No sé cómo es la vida del escritor ni pretendo vivirla. Tan sólo me cuesta imaginar que es como en Stuck in Love. ¿Quién es el escritor? ¿un hipster cínico desenamorado o en permanente sufrimiento?

Lo que dejamos y lo que cosechamos


The way way back son dos caminos, la apertura y cierre de un círculo en el estadio de la vida. La actitud de Duncan nunca cambia pero la impronta simbólica del final es diferente en relación al comienzo. En principio, vemos a Duncan viajar atrás del auto de Trent, el novio de su madre. Viaja dándoles la espalda que es lo mismo que darle la espalda a aquello que no le interesa y pretende pasar por alto durante todo el verano. Trent le pregunta en qué número se ubicaría dentro de una escala del 1 al 10. Esa pregunta deja entre la respuesta un enorme vacío. Un vacío que Duncan usa para pensar su respuesta y en el que yo pienso la mía. Tres. Casualmente acuerdo con Trent. Pero, de todos modos, ¿no es acaso la respuesta que debería otorgarse uno mismo? Duncan se cree un seis. Regular, pero pasa. Él no habla, le cuesta mirar a personas a los ojos y apenas se comunica con su madre. Siente vergüenza porque los adultos intentan inhalar la juventud de la misma manera que consumen un paquete de porro. Quién no.